Después de los gritos desesperados que emprendían la búsqueda, vino un silencio escalofriante. Los sollozos, las lágrimas, los comentarios casi en secreto, no es en vano el miedo, acá desaparece gente desde su casa, sin deberla, ni temerla. Parece imposible que un niño haya vivido tal cosa, la solidaridad, la empatía despierta la furia de una sociedad cansada y harta con un gobierno incapaz de garantizar seguridad a nuestras infancias. Hoy nos falta Lalo, y nos ha dolido sin conocerle, por joven, por valiente, por vivir en uno de los cientos de fraccionamientos en un municipio sin ley.
Una familia llora cerquita de un cajón blanco, una foto, una leyenda de valentía para quien protegió a sus hermanas y hermanos, quienes hoy confundidos llevan su camisa blanca y un globo blanco que flota sobre ellos. Les falta su hermano, aquél que los aseguró para que no les dañaran. El mismo que gritó pidiendo auxilio desde su teléfono a su papá y el que herido salió quizá arrastras, con miedo y sometido. ¡qué caras salen las confusiones! ¡qué caro resulta vivir en Tlajomulco! Donde la vida se pone en riesgo aun estando en casa, donde sin la garantía de nada, las madres y los padres, salen a trabajar haciendo horas de trayectos y donde para el papá de Lalo el viernes fue el trayecto más tortuoso del trabajo a su casa.
Hoy concluye uno de los acompañamientos más difíciles en todos mis años de trabajo social y lo he llorado y padecido como mucho vecinos y colegas.
“Al menos lo encontré” dijo su papá en una llamada, no es para nosotros los acompañantes consuelo, ni objetivo, la impotencia nos asfixia, no más qué el dolor de su mamá y papá que perdieron una parte de su alma, en una desgracia que no decidieron vivir, pues “ no todos los desaparecidos andan en malos pasos” pero los malos pasos si van tras las personas buenas que trabajan, cuidan y con grandes esfuerzos sostienen a sus familias.
El sábado que se inició la presión social, teníamos el objetivo de sensibilizar aquellos mezquinos que se lo habían llevado, pero olvidamos qué la ambición deja sin sentimiento alguno, a los criminales y no logramos hacer que se compadecieran del llanto de quienes le aman. Así como tampoco logramos sensibilizar a las autoridades que hicieron acto de presencia días después y fue más por el interés de aparecer en los medios, que de resolver la situación.
Acá todas y todos somos Lalo, porque hemos sentido esta partida con empatía, con tristeza y con gran impotencia, porque lo que vivió la familia de Lalo puede pasarle a cualquiera, pero les pasó a ellos y en esta desgracia supimos que solo la comunidad actuó aprisa, al final fueron las personas que, desde redes sociales y calles, lograron hacer que como triste consuelo al menos Lalo descansara muy cerca de sus seres queridos, junto a su abuelita que tanto lo quiso y muy cerca de su casa.
Querida comunidad, hoy escribo para ustedes con un sentimiento distinto, con enojo, con pena, con las ganas de salir a exigir justicia, porque nos falta una vida irremplazable y segura de qué si esta terrible experiencia no sirve como reflexión social, habremos tenido una perdida vana y la memoria de un héroe que dio la vida por sus hermanos no puede simplemente quedar en el olvido. NO olvidemos las caras, los nombres, ni la avaricia de aquellos que hoy se sientan en su casa seguros y con su familia completa, esos que nos gobiernan que blindan sus camionetas y los rodea su seguridad privada, aquellos monstruos que viven a expensas de las familias trabajadoras, no olvidemos a esos rufianes que hoy nos demuestran que han hecho de Tlajomulco un municipio de muertes inocentes.
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